jueves, 10 de diciembre de 2009

Ciencia y persona


Desde adolescente fui muy aficionada a leer una revista de divulgación científica llamada “Muy interesante”, precisamente porque hacía honor a su nombre. Me impactaban los nuevos descubrimientos que hacía la ciencia, los nuevos aparatos que se inventaban para tener una visión más completa del mundo: lentes de gran alcance, sensores, instrumentos que registraban ondas y movimientos invisibles a nuestros ojos…

Esta revista manifiesta un interés recurrente no sólo en los hechos de ciencia, si no en su extrapolación de éstos a la hora de construir teorías sobre el ser humano. Un ejemplo de reportaje sería “Las hormonas del amor”. En él se mostrarían varios estudios que confirman que, cuando uno se enamora, se liberan una serie de sustancias que influyen en la psique de la persona en cuestión. Otro ejemplo de reportaje podría ser “Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus”. En él se hablaría de las diferencias de tamaño y desarrollo en distintas partes del cerebro, según el género; las conclusiones que se obtienen son siempre de tinte evolucionista “Las mujeres presentan un mayor desarrollo del área cerebral del lenguaje, porque en la etapa primitiva éstas desarrollaron más esta habilidad por ser su área la del poblado. Sin embargo, el hombre salía a cazar con otros hombres, y la actividad no permitía la comunicación hablada. Perdieron en lenguaje, pero ganaron en orientación y fuerza”.

Yo no soy una persona formada científicamente, por lo que no puedo opinar sobre la verdad de estas teorías. Sin embargo, si uno se ejercita en abordar los problemas filosóficamente, puede reflexionar sobre los alcances y límites que el conocimiento científico nos proporciona. Éste se caracteriza por ceñirse a lo meramente factual. Por ejemplo, en el estudio de las hormonas y el amor, un científico sólo puede decir “se observa la liberación de tales hormonas, el incremento del pulso cardíaco, etc”. El recurso a lo “objetivo”, lo “numérico”, lo “constatable”, las imágenes (como las generadas por un escáner) es una gran tentación, ya que garantiza una verdad incontestable. Nadie negaría, ante un análisis de sangre que, en efecto, las hormonas se dispararon.


El problema es que se olvida que este tipo de conocimiento no es el único, ni mucho menos el más importante que tenemos. De hecho, la información que nos proporciona la ciencia –en cuanto a la psicología del ser humano se refiere- señala más las consecuencias que las causas. El aumento de hormonas se produce en las situaciones en las que decimos que una persona se ha enamorado. Sin embargo, ese aumento de hormonas no explica por qué esa persona se ha enamorado.

Los “por qué” referidos al ser humano son siempre mucho más complejos, y la ciencia nos presta su apoyo, pero no es para nada la última palabra. Las grandes teorías psicológicas van más allá de la mera facticidad; y por ello las teorías serán siempre teorías, susceptibles de ser mejoradas o refutadas, nunca constituirán una ley, como podrían ser las leyes de la física.

Quizá muchas personas, anhelantes de seguridad, de tenerlo todo bajo control, personas que tienen completamente imbuida la expresión tan típica de nuestro tiempo “todo esto tiene que tener una explicación científica”, se decepcionen con el carácter aproximativo de las “ciencias” humanas (entre ellas la filosofía). Sin embargo, a mí me parece altamente positivo. Que el misterio del ser humano no pueda ser reducido a leyes científicas no es tanto por los límites de nuestro conocimiento, sino por la complejidad que se deduce de nuestras dos principales características: el pensamiento y la voluntad. Combinados, dan lugar a la libertad, que se expresa en infinidad de manifestaciones artísticas, culturales, sociológicas y psicológicas. Y para mí, la libertad y la diversidad que ésta lleva aparejada, son algo mucho más valioso que la posibilidad de predecir toda mi psicología –en definitiva, toda mi persona- con una serie de leyes científicas universales

La ciencia no me interesa. Ignora el sueño, el azar, la risa, el sentimiento y la contradicción, cosas que me son preciosas. Luis Buñuel, cineasta español.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Política y reflexión filosófica


En filosofía griega era habitual distinguir dos ámbitos de conocimiento: doxa y episteme. La primera se refiere a la opinión, y el segundo al conocimiento. Nuestro sistema democrático está basado en la primera, no en la segunda. Es decir, los ciudadanos eligen; lo que importa no es si eligen bien, sino que cada uno de ellos tiene en su mano la opción de escoger quién le gobernará.

Muchas veces se ha cuestionado este sistema de gobierno; algunos sostienen "¿por qué ha de valer tanto mi voto, yo que soy catedrático de psicología, que el de un electricista?". La respuesta es la que adelantaba en el primer párrafo: lo que se busca en una democracia no es un conocimiento válido, o una elección acertada. El principio es que aquel que ha de ser gobernado tiene derecho a elegir sus gobernantes. Este planteamiento tiene sus puntos a favor y en contra; como todo en esta vida, ya que nada es perfecto, por suerte o por desgracia.

Evidentemente el punto a favor es que preserva la libertad de las personas de elegir a aquellos a los que han de someterse. El punto en contra es que, evidentemente, la verdad muchas veces no es cuestión de mayorías o de consensos. Es bien conocido el ejemplo de Hitler, quién llegó al gobierno siendo elegido democráticamente: un millón de personas apoyándolo no enmiendan un error.

Por eso nuestras democracias tienen un límite, el de los derechos humanos básicos:por más democráticamente que se tomen algunas decisiones, éstas no podrán ir en contra de algunos derechos, como el derecho a la vida, a la libertad de expresión, etc. Así, pese a que el democrático es, como popularme se dice, el menos malo de los sistemas, y aunque dependa de la opinión y no del conocimiento, puede decirse que la democracia-constitucional es uno de los mejores modos de conjugar democracia con libertades individuales.

Sin embargo, los verdaderos problemas vienen con la letra pequeña, que es la que el filósofo se dedica a cuestionar, como buen puntillista. Es en las concreciones de los derechos dónde surgen los grandes dilemas, no solo políticos, también éticos. Por ejemplo, en todas las épocas y culturas las personas coinciden en decir que se ha de evitar el mal y procurar el bien. Las discrepancias surgen en torno a qué es el mal, y qué es el bien. También suele haber únanime consenso al afirmar que matar a un ser humano es, en casi todos los supuestos, un error (excepto defensa propia, guerra, etc.). ¿Por qué entonces tanta muerte en la historia humana? Porque las discrepancias surgen a la hora de señalar qué es persona; los españoles e ingleses no otorgaban humanidad a los africanos que llevaban como esclavos a América; seguramente los alemanes no otorgaran la categoría de persona a judíos, gitanos, católicos y homosexuales. Parecen ejemplos extremos, fuera de todo contexto actual; sin embargo, impregna muchos de los debates más delicados de nuestra época. En efecto, ¿no es acaso la consideración que se tenga del embrión lo que inclina una postura a favor o en contra del aborto? Nadie en esta sociedad considera que asesinar una persona pueda estar bien, ser regulada por la ley como un derecho. La discusión no gira en torno a si es bueno matar, sino acerca de si un embrión es o no un ser humano. Lo mismo ocurre con la eutanasia: los que abogan por ella, defienden que es aplicable en aquellas circunstancias en las que la persona no lleve una vida digna. El debate gira entonces acerca de si ser persona es sólo serlo, (en el sentido más simple de la palabra, como sinónimo de existir), o si además se precisa un mínimo que, si no se da, se califica precisamente como"infrahumano" o "inhumano".

La filosofía trata todos estos temas, que son de vital importancia para el sano desarrollo de nuestra convivencia social y política. Muchas veces me han dicho que parece que la filosofía es sólo un perderse en palabras. No es sólo eso, pero sí precisa de eso; no es una pérdida de tiempo reflexionar acerca de nuestros conceptos, como "persona", "dignidad", "derecho", ya que en ellos está la base de todo nuestro sistema político y social. Si empezamos a darlos por supuesto, quizá perdamos lo que más caracteriza a nuestra cultura (la capacidad de reflexionar filosóficamente acerca de la realidad), debilitándola frente a otras que no olvidan y mantienen vivas las raíces de la suya.

"El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan"

Arnold J.Toynbee (1889-1975) Historiador inglés.