En filosofía griega era habitual distinguir dos ámbitos de conocimiento: doxa y episteme. La primera se refiere a la opinión, y el segundo al conocimiento. Nuestro sistema democrático está basado en la primera, no en la segunda. Es decir, los ciudadanos eligen; lo que importa no es si eligen bien, sino que cada uno de ellos tiene en su mano la opción de escoger quién le gobernará.
Muchas veces se ha cuestionado este sistema de gobierno; algunos sostienen "¿por qué ha de valer tanto mi voto, yo que soy catedrático de psicología, que el de un electricista?". La respuesta es la que adelantaba en el primer párrafo: lo que se busca en una democracia no es un conocimiento válido, o una elección acertada. El principio es que aquel que ha de ser gobernado tiene derecho a elegir sus gobernantes. Este planteamiento tiene sus puntos a favor y en contra; como todo en esta vida, ya que nada es perfecto, por suerte o por desgracia.
Evidentemente el punto a favor es que preserva la libertad de las personas de elegir a aquellos a los que han de someterse. El punto en contra es que, evidentemente, la verdad muchas veces no es cuestión de mayorías o de consensos. Es bien conocido el ejemplo de Hitler, quién llegó al gobierno siendo elegido democráticamente: un millón de personas apoyándolo no enmiendan un error.
Por eso nuestras democracias tienen un límite, el de los derechos humanos básicos:por más democráticamente que se tomen algunas decisiones, éstas no podrán ir en contra de algunos derechos, como el derecho a la vida, a la libertad de expresión, etc. Así, pese a que el democrático es, como popularme se dice, el menos malo de los sistemas, y aunque dependa de la opinión y no del conocimiento, puede decirse que la democracia-constitucional es uno de los mejores modos de conjugar democracia con libertades individuales.
Sin embargo, los verdaderos problemas vienen con la letra pequeña, que es la que el filósofo se dedica a cuestionar, como buen puntillista. Es en las concreciones de los derechos dónde surgen los grandes dilemas, no solo políticos, también éticos. Por ejemplo, en todas las épocas y culturas las personas coinciden en decir que se ha de evitar el mal y procurar el bien. Las discrepancias surgen en torno a qué es el mal, y qué es el bien. También suele haber únanime consenso al afirmar que matar a un ser humano es, en casi todos los supuestos, un error (excepto defensa propia, guerra, etc.). ¿Por qué entonces tanta muerte en la historia humana? Porque las discrepancias surgen a la hora de señalar qué es persona; los españoles e ingleses no otorgaban humanidad a los africanos que llevaban como esclavos a América; seguramente los alemanes no otorgaran la categoría de persona a judíos, gitanos, católicos y homosexuales. Parecen ejemplos extremos, fuera de todo contexto actual; sin embargo, impregna muchos de los debates más delicados de nuestra época. En efecto, ¿no es acaso la consideración que se tenga del embrión lo que inclina una postura a favor o en contra del aborto? Nadie en esta sociedad considera que asesinar una persona pueda estar bien, ser regulada por la ley como un derecho. La discusión no gira en torno a si es bueno matar, sino acerca de si un embrión es o no un ser humano. Lo mismo ocurre con la eutanasia: los que abogan por ella, defienden que es aplicable en aquellas circunstancias en las que la persona no lleve una vida digna. El debate gira entonces acerca de si ser persona es sólo serlo, (en el sentido más simple de la palabra, como sinónimo de existir), o si además se precisa un mínimo que, si no se da, se califica precisamente como"infrahumano" o "inhumano".
La filosofía trata todos estos temas, que son de vital importancia para el sano desarrollo de nuestra convivencia social y política. Muchas veces me han dicho que parece que la filosofía es sólo un perderse en palabras. No es sólo eso, pero sí precisa de eso; no es una pérdida de tiempo reflexionar acerca de nuestros conceptos, como "persona", "dignidad", "derecho", ya que en ellos está la base de todo nuestro sistema político y social. Si empezamos a darlos por supuesto, quizá perdamos lo que más caracteriza a nuestra cultura (la capacidad de reflexionar filosóficamente acerca de la realidad), debilitándola frente a otras que no olvidan y mantienen vivas las raíces de la suya.
"El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan"
Arnold J.Toynbee (1889-1975) Historiador inglés.
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